Despiertas, te levantas, asomas la cara por la ventana del piso trece. Contemplas el panorama: enormes rectángulos grises, cientos de cuadritos con persianas empolvadas, puntitos moviéndose con prisa por la calle.
Bajas, sientes el frío de la mañana, el frío que atrofia tus engranes.
Funcionas en automático.
Conoces el procedimiento de memoria.
Empieza a correr el cronómetro.
Vehículos obscenamente lujosos estacionados de sol a sol en los sótanos.
Personas desfilando por las calles. Marcas y etiquetas andantes.
Catálogos móviles.
"Buen día Mr. $3100 U.S.D. Buen día Mrs. $500K M.N."
Tres pasos más. Percibes los aromas. Aroma a café de olla de cincuenta pesos el vaso. Aroma a tarjetas de crédito disolviéndose en ácidos morosos.
Olor a frustración.
Olor a tiempo transcurrido.
Olor a empleados atrapados en elegantes jaulas de diez pisos. A empleados que terminan su jornada a deshoras de la noche y van a sus casas a prepararse para su falsa vida del día siguiente, para disfrazarse, para seguir el código de etiqueta, para embonar con las otras piezas.
Regresas, despiertas, te levantas...
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